Argelia: el Islamismo desde abajo

El islamismo político ha conocido dos estrategias de expansión: una es la expansión del islamismo desde arriba, vía promulgada por Khomeynî en Irán, que consiste en la toma de poder y, desde éste, islamizar la sociedad; la otra ha sido la expansión del islamismo desde abajo, desde un pueblo progresivamente más volcado en esta religión, posibilitando el acceso al poder político incluso a través de elecciones. Argelia es un ejemplo claro de esta última forma de expansión.

Nos encontramos ante un país con enormes riquezas naturales (petróleo, gas natural...) gestionadas por el Estado, principal agente económico. Pero el Estado argelino está controlado por una élite militar y tecnocràtica. Por encima del poder formal que representa el Presidente de la República, el Ejército Nacional Popular, el ejército argelino, aparece como el verdadero poder, que toma las decisiones políticas importantes, traza las estrategias a seguir, nombra y hace dimitir ministros, gobernadores, etc. El Ejército da su apoyo a los candidatos presidenciales y permite que un presidente permanezca en el poder.

La mayoría de la población se encuentra en situación de pobreza, la riqueza generada por los recursos naturales con que cuenta el país no revierte en sus habitantes, las condiciones de vida se deterioran. En este contexto, los islamistas se configuran progresivamente como la única alternativa real al régimen existente.

A finales de la década de los ochenta, existían en Argelia dos poderes paralelos y superpuestos: el oficial y el del Frente Islámico de Salvación (FIS). En 1990, el FIS gana las elecciones municipales y en 1991 gana la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Poco después el ejército argelino lleva a cabo un golpe de estado. El Presidente electo fue forzado a dimitir y los militares argelinos justificaron la toma de poder por la fuerza diciendo que era un proceso de corrección democrática ante el peligro que los islamistas accedieran al poder. La situación creada desencadenó la terrible espiral de terrorismo-represión que ha desembocado en una cruenta guerra civil encubierta, una guerra no nombrada, que ha hecho ya decenas de miles de víctimas. Todavía hoy, la guerra contra los islamistas armados y las masacres de civiles están muy lejos de acabar. Al mando de unos 8.000 maquis del islamismo radical, los dos principales jefes de los grupos islamistas armados (GIA y GSPC) continúan reclutando adeptos entre los marginados de las grandes ciudades, siendo responsables de este terrorismo que el gobierno persiste en calificar de residual pero que en los últimos tres años (2000-2003) ha matado más de 6000 civiles.

La situación de Argelia mantiene una extraordinaria trascendencia para el mundo occidental y, especialmente, para Europa, por su dependencia energética de Argelia (gas natural), por el espectro de la emigración masiva y por el peligro de expansión del islamismo radical, tanto a los países vecinos (Marruecos y Túnez, principalmente), como a la propia Europa a través de la emigración.

Aprovechando la coyuntura que ?se crea con motivo de los atentados del 11 de septiembre, todos los países occidentales apoyarán las tesis "erradicadoras" de los generales argelinos contra el terrorismo, obviando las denuncias por abusos y violaciones contra los derechos humanos que proliferan en los últimos años. Actualmente, el discurso del poder argelino pone el énfasis en la presencia de terroristas extranjeros en su territorio, con el que consigue beneficiarse de apoyo político, financiero y militar americano, y borrar los intentos de denuncia sobre violaciones de los derechos humanos en Argelia.

Más información